A voz de “ahí pican” amigos me advertían sobre lo peligroso que podría ser empezar mi servicio social en Pueblo Santa Fe. “Te vas a quedar sin celular”; “no lleves computadora”; “lleva el dinero en el zapato”. Pintaban un panorama con asaltos en cada esquina, casas resquebrajadas ; sin agua ni alumbrado público.
Fueron tan insistentes con sus advertencias que en camino a mi primera visita ya me imaginaba regresando a mi casa sin computadora, celular, y descalza. Con los ojos puestos en la carretera esperaba sentir el auto tambalear sobre una calle sin pavimentar, llegar a una zona oscura y solitaria. Tal sitio nunca lo encontré. En su lugar, llegué a una calle alegrada por un mundo de gente, un olor delicioso a antojitos y un tráfico horrible (Las calles estaban pavimentadas y sí había luz).
Prejuicios, miedo y clasismo habían alimentado las historias que me habían contado. Nunca crucé camino con el asaltante que me prometieron encontraría con la misma frecuencia que un Oxxo. Vi gente toreando autos y camiones en callecitas sin banquetas, una capilla celebrando su fiesta patronal, bolas de niños uniformados riendo y platicando; y un sinnúmero de escaleras que le hacen competencia a las pirámides de Teotihuacán, pero nadie apuntándome con una navaja.
Entre mis visitas poco a poco comencé a develar una comunidad unida, orgullosa de su historia y progreso. Desde los puestos de quesadillas, el olor a pan dulce, las fiestas comunales, y el hacerme sentir en casa a pesar de ser foránea pude entender por qué la gente que habita ahí es tan protectora de su comunidad. La gente de Pueblo es aquella que a pesar de los obstáculos salen adelante todos los días sin falta. Esas personas que a lo largo de las generaciones construyeron de la nada todo lo que hoy es Pueblo Santa Fe.
Mientras recorríamos las calles el profesor Nicolás, coordinador de redes comunitarias, me contaba historias de quién vive en ellas. A pesar de todo lo bueno que Pueblo Santa Fe tiene para ofrecer a quién lo visita es indudable que hay cosas que duelen observar. No niego los problemas que aquejan a Pueblo, y parece que sus habitantes tampoco. Desde familias de cinco personas forzadas a vivir con 2000 pesos a la quincena, hasta los jóvenes que tienen que salir del cobijo de su comunidad porque no hay preparatorias en el área; los alumnos de secundaria que estudian a las orillas de un río contaminado y los padres que pierden a sus hijos a la venta y consumo de drogas.
Duele confesar mi ignorancia inicial y el prejuicio de mis amigos. Pero no podemos culpar a Pueblo Santa Fe por todos los estragos que lo aquejan. El Santa Fe corporativo es responsable de gran parte de la contaminación de los ríos que fluyen por Pueblo Santa Fe. Así como el caso omiso a la gente que proviniendo de Pueblo recibe un salario mínimo por largas jornadas de trabajo en sus corporativos y monstruosos centros comerciales. Por esta razón, es necesario dejar de ver a ambas comunidades como divididas, puesto que los problemas en común ya las unen. Por consiguiente, se debe llegar a un solución en conjunto. Una solución que no recurra a ignorar a una de las partes si no a una colaboración benéfica mutua.
Conocer a Pueblo Santa Fe fue una experiencia que me abrió los ojos a una realidad distinta a la mía. Ví casas viejas y nuevas, chicas y grandes; gente en camiones y autos. Mientras recorría Pueblo entendí que no es un sitio que se pueda encerrar en un solo adjetivo. Pueblo Santa Fe: ”peligroso” dice la gente que ni siquiera a puesto pie ahí ; “comunidad unida” contestan las familias que han vivido ahí por generaciones; “lugar que vale la pena conocer” , contesto yo.